VÍNCULOS SÍ, DROGADICCIÓN NO (4)


Es muy probable que cuando una persona no pueda lograr refuerzos placenteros suficientes en los vínculos afectivos familiares y por contra sintiendo fuerte ansiedad de separación, la producción de endorfinas de su cerebro baje a un nivel insuficiente. Entonces, esto posibilita que la persona pueda abocar a compensar el déficit mediante la adicción a la droga o a otras "cosas". Es como si con el vínculo adictivo se compensarán los déficits en los vínculos afectivos (trato sobre este tipo de vínculo en Las adicciones como vínculos, en el capítulo 8). Pero lo más pernicioso es que se produce un círculo vicioso, pues cuando el cerebro es abastecido externamente con opiáceos, aún decrece más la propia producción interna de endorfinas, necesitando consumir cada vez más y más. Por otra parte, se desarrolla el síndrome de tolerancia, es decir, que cada vez se necesita más dosis de droga para lograr la misma sensación de placer, con lo que la persona aboca a una intensa dependencia y al consiguiente sufrimiento.

El síndrome de abstinencia, el tan dramático "mono", es el resultado de la reducción del nivel de opiáceos, tanto internos como externos, a un nivel por debajo de lo tolerable. La droga es una sustancia que en el fondo es vivida por la persona adicta según las mismas características vinculadoras que intervienen en la fomación del los vínculos afectivos, es decir, como significativa, insustituible y necesitando que sea accesible, accesibilidad de la cual se encargan los traficantes y camellos. Cuando el suministro de droga resulta que no es accesible, la persona experimenta entonces una ansiedad análoga a la ansiedad de separación relacionada con los vínculos afectivos. Curiosamente, existe un paralelismo entre, por un lado, placer del vínculo afectivo y ansiedad de separación y, por otro, placer de la droga y ansiedad de abstinencia. Panksepp sustenta que probablemente los dos fenómenos comparten los mismos substratos neuroquímicos en el cerebro. Pero el placer de los abrazos es humanamente siempre mejor que el placer de las drogas, principalmente si estos abrazos proceden de personas significativas, insustituibles y accesibles con las que tenemos vínculos afectivos saludables.

Por tanto, tal como está actualmente ampliamente comprobado, no es de extrañar que el camino de vuelta de la drogadicción pase, no sólo por la indispensable deshabituación y regularización fisiológica, sino además por el reencuentro con el placer que se obtiene con los vínculos afectivos, en un ambiente humano de acogida y aceptación. En esto probablemente radica una parte importante de la utilidad de las comunidades terapéuticas en el tratamiento de la drogadicción, pues además éstas son una base segura para, a partir de ellas, pueda la persona reincorporarse de nuevo a la vida de manera no sólo vinculada y tal vez recuperando además antiguos vínculos familiares, sino también individuada.


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